¿Cuáles son las experiencias que marcan nuestra vida? ¿Cuáles son las aventuras en las que nos sumergimos para sentirnos más vivos y despiertos que nunca? Augusto Mustafá es el creador de Elepants y siempre se mueve en la búsqueda de nuevos desafíos. En esta crónica de alta montaña nos regala inspiración y la certeza de que todo es posible.
“Al llegar al campamento, ya sentí la energía en el aire”
Empecé a correr en 2018 y siento que el running me conecta con la emoción del movimiento, con esa sensación de avanzar siempre, a pesar de cualquier dificultad. Aprendí también a lidiar con el cansancio de la mente y del cuerpo, con los obstáculos del camino, con las subidas y las bajadas. Y con saber que los límites muchas veces están solo en tu cabeza. En definitiva, correr se parece bastante a la vida. Por eso, cuando me enteré de que existía la posibilidad de vivenciar una experiencia de running cruzando la Cordillera de los Andes, algo en mí se encendió. Quería hacerlo, por mí, para superarme a mí mismo. La meta no era sencilla: correr 100 km en la montaña durante tres jornadas, dormir en un campamento inmerso en la naturaleza. Eran miles mis preguntas: ¿iba a llegar?, ¿iba a poder hacerlo? Le propuse a un amigo que me acompañara en la aventura –además porque soy un convencido de que la felicidad siempre es más real cuando se comparte con otros- y emprendimos juntos el camino hacia Villa La Angostura, el lugar del campamento base. Estábamos entusiasmados y ansiosos en partes iguales. Después de varias horas de ruta, llegamos a Villa La Angostura y ya ahí mismo, sentí otra energía en el aire. El Cruce (@elcruce_ok) es un evento grande al que asisten corredores muy experimentados, de más de 40 nacionalidades, y el despliegue de la organización se percibe en el paisaje: hay camionetas, autos y camiones moviéndose por todo el pueblo, te cruzás en todos lados a los corredores –casi que podés adivinar solo viéndolos quién va a correr-, y todos los bares, confiterías y restaurantes de repente se colman con la energía y la buena vibra de un grupo de personas que compartimos la misma pasión por la aventura y los desafíos.
“¿Estamos preparados para hacerlo?”
Por una cuestión organizativa, los corredores se dividen en varios grupos que van saliendo al camino en tandas. Yo estaba en el grupo 4, el último, así que iba a poder ver la salida y la llegada de los primeros grupos. Eso me daba cierta seguridad; podría intercambiar datos con ellos y que nos contaran qué nos depararía el camino. Era una mañana de jueves; me quedé un rato viendo sus movimientos precompetitivos, sus cuerpos danzando, sus zapatillas brincando sobre el terreno. Sus caras eran una extraña mezcla de esperanza y ansiedad.
Mientras el primer grupo corría, a nosotros nos tocaba retirar los kits de carrera, los chips y las pulseras para trackear nuestros tiempos. Al tercer día, tampoco quisimos perdernos el momento de la llegada de los primeros corredores del Grupo 1 a la meta. Vimos la alegría, los reencuentros familiares, el empuje y el aliento de los amigos en los últimos metros. Los corredores llegaban exhaustos luego de tres largas jornadas de darlo todo. ¿Y nosotros? Todavía no habíamos hecho ni un solo kilómetro… pero queríamos saber qué nos esperaba en el camino.
Por eso, buscamos a algunos colegas y los matamos a preguntas, intentando obtener algún tipo de información que nos facilitara poder pulir en las últimas horas previas a la partida algunos detalles y faltantes para encarar nuestra propia hazaña… “¿Bastones sí o bastones no?”, “¿Llevamos comida de marcha?”, “¿Qué geles usaron?”, “¿Y las zapatillas… cuáles convienen?”, “¿Necesitamos abrigo en algún tramo?”, “¿Cómo son los caminos? ¿Muy empinados?” Entre las preguntas más técnicas, en nuestra mente se colaban las otras, las más profundas, esas que nos susurran “¿Qué onda, estamos preparados para hacer esto?”…. Todas preguntas inútiles, porque aprendí que cada persona es un mundo, y que cada respuesta no hacía más que generarme más interrogantes. Mañana sería nuestro día, así que simplemente ya no había mucho más que hacer que descansar para salir a disfrutar de la aventura que nos esperaba.
Día 1: “¡A correr se ha dicho!”
El domingo amanecimos temprano y a las 8 de la mañana sonó la chicharra en la línea de largada, que estaba repleta de lugareños, amigos y familiares que nos deseaban un buen camino. ¡A correr se ha dicho! Nos esperaban un poco más de 31 km, con una altura máxima de 1775 msnm. Teníamos que encarar la ruta hacia la cumbre del Cerro Bayo; era un día de sol y un calor agobiante para una larga travesía hacia el primer Camp. En lo personal, arranqué complicado: no estaba con las zapatillas más aptas y algunos malos movimientos me generaron demasiado esfuerzo en el gemelo derecho cuando recién arrancaba el kilómetro 5. Pero más allá de las molestias, me enfoqué en seguir, disfrutando de cada paso, de las interminables vistas al Lago Nahuel Huapi y mirando en el horizonte la cumbre del Bayo, nuestra meta. Las bajadas empinadas, arenosas y terrosas, por momentos me conectaban con esa sensación de precipicio, que hacía que el equilibrio y el balance tambalearan.
Ya cerca del Km 20, uno de los mejores momentos fue correr a orillas del increíble Lago Correntoso, sabiendo que ya nos quedaban pocos kilómetros para llegar al “oasis” (así les llamábamos a los puestos de hidratación durante el camino). Saber que ya habíamos pasado la mitad del tramo, me alivianaba un poco la carga y me permitía enfocarme nuevamente en el disfrute del lugar y espacio. Cerca de las 13.20, bajo un sol radiante en el Lago Espejo, cruzamos el primer arco que finalizaba el primer tramo. Nos recibió el primer campamento en el medio de la naturaleza, donde las carpas se arropaban a orillas del lago y nos esperaba rica comida, abundante hidratación y carpas de estiramiento para regenerar los músculos. ¿Un momento que extraño especialmente? El rato en el que nos metimos en el agua congelada para alivianar las piernas, mientras compartíamos anécdotas de carrera con corredores de otros países.
Día 3: “Quería congelar esos últimos 700 metros de emoción y alegría”
El tercer día arrancó a las 4 am, con un amanecer fueguino en el cielo. Pero de pronto, cuando ya estábamos listos para arrancar, todo se tiñó de gris y de nubes. Estallaban los truenos. Empezaron las lluvias, amenazantes e imparables. Tuvimos que cambiar un poco el recorrido, lo que nos iba a impedir hacer la ansiada cumbre en el cerro O´Connor. Pero teníamos la motivación intacta. Así que cerca de las 8.30 partimos hacia un nuevo destino. Muchos creíamos que no iba a ser tan duro… ¡pero lo subestimamos! De repente, nos vimos sumergidos en una travesía empinadísima, donde cada kilómetro lo hacíamos en 20 minutos, me costaba mucho afirmar el paso cuesta arriba… Horas más tarde, nos enfrentábamos frente a bajadas muy angostas, donde las cañas, las raíces y algunos troncos nos impedían el paso prolijo. La inclinación del terreno, por momentos castigaba a las rodillas que pedían a gritos que llegara el llano para poder continuar con la travesía más ligera. Nuestro “oasis” llegó recién en el km 23, donde hicimos una parada obligada para recargar energías, poner un poco de Átomo a las rodillas para poder seguir.
Ya al llegar a la villa, nos esperaba muchísima gente que a cada paso iba estimulando nuestros últimos kilómetros con alientos, manguerazos, gritos… En los últimos 700 metros de carrera, no contuve el llanto, la emoción y la alegría. ¡Quería congelar ese momento! Crucé la meta final con un grito de euforia, ¡lo habíamos logrado! Después nos fundimos en abrazos con todos los corredores que iban llegando.
“Fui consciente de mi propio esfuerzo”
Fueron tres días intensísimos, donde la mente y el cuerpo se pusieron al límite, donde fui consciente de mi propio esfuerzo, de cientos de horas de entrenamiento, sacrificio y voluntad. Si estás pensando en hacer una experiencia extrema, mi consejo es: hacela. Animate. Con la seriedad, el respeto y la disciplina que implica, pero hacela. Porque no es una competencia, sino una carrera contra vos mismo, que te construye como persona y te lleva a lugares que jamás habías imaginado. ¿Cómo seguir después de esta experiencia única? ¿Cuál será el próximo desafío? Todavía no lo sé, pero deseo que esta magia de lo vivido continúe y así me dé la motivación para poder enfrentarme a nuevas aventuras.
¿Querés sumarte al próximo cruce? Enterate de todo en @elcruce_OK
Hola Augusto!! Cómo te comprendo!! Mi sueño era cruzar los Andes a caballo ,lastima que en ese momento no tenía los Elepants como ahora que me acompañan a cada desafío !!! Es así una carrera con uno mismo!!! Mis Elepants me acompañaron a Tolar Grande envié fotos y ahora se van al Chalten!!!
Gracias por formar parte de mis aventuras!!!
Gracias por tus palabras María! Esperamos poder acompañarte en tus próximos desafíos, por nuestra tarte quedan ciertos por delante. Continuaremos compartiendo aventuras, por mas Elepants desafiandonos!